Silent Hill: Double Psycho - 11
- M.C.
- 1 sept 2016
- 7 Min. de lectura

El ascenso fue terriblemente doloroso. Ya no solo por el esfuerzo de subir sin que el sudor le hiciera resbalar de los cables a los que se aferraba como si la vida le fuera en ello, sino también porque, mirase a donde mirase, el horror le vigilaba.
A sus pies, aunque la oscuridad las había devorado ya y había convertido el hueco en un terrorífico abismo sin fondo, estarían aquellas enfermeras monstruosas, armadas, pugnando entre ellas por hacerse un hueco para darle alcance. Arriba, cada vez mejor, se escuchaba el vaivén del cadáver del ahorcado, aguardando su llegada. Perdió la cuenta de cuantos pisos había escalado cuando sintió un leve roce en la coronilla. No quería pensar en ello, pero sabía que se trataban de los pies del suicida.
Ante sus narices, estaba la puerta metálica del último piso. No podía escapar por ninguna otra parte. Apoyó bien los pies en el cableado y abrió la puerta haciendo uso de la fuerza. A punto estuvo de caer, pero al final lo consiguió. Como una bofetada, una repentina ráfaga de viento fresco se coló en el interior, aullando al rebotar contra las paredes y redoblando el movimiento del cuerpo inerte sobre su cabeza. No podía aguantar más allí. Alex se escurrió por la apertura como una lagartija, convirtiéndose casi por un momento en un autentico contorsionista.
Le pareció increíble encontrarse de nuevo bajo las titilantes estrellas de la bóveda celeste. Se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer, de rodillas, en el suelo. Se vino abajo, recordando por lo que había pasado y un par de lágrimas se le escaparon. Había entrado en el mismísimo infierno. Y lo peor, es que se había llevado a su hermana con él.
Amy...
Recuperó las fuerzas con sorprendente rapidez y decisión, levantándose de golpe y asomándose al borde de la azotea. Se puso las manos sobre los ojos como visera, y pronto localizó el hostal en el que se habían separado. Por extraño que pareciera, estaba intacto. No había ni rastro del incendio. Como si jamás hubiera ocurrido.
- ¿Qué está pasando aquí? -masculló.
Continuó su búsqueda. Divisó la calle principal y la entrada. Una leve neblina empezaba a empañarlo todo y le impedía otear con claridad ningún detalle más. La ráfaga de aire se había convertido en una juguetona brisa helada, capaz de adentrarse en los huesos. Gritó el nombre de su hermana un par de veces desde su posición, sin obtener respuesta.
- ¡Amy!
Su grito dividió la niebla. Se evaporó lo suficiente como para permitirle ver a un par de siluetas en la lejanía, pululando alrededor del hostal. No podía saber de quien se trataba a aquella distancia. Sin embargo, ¿y si Amy era uno de esos individuos? Volvió a llamarla a gritos, pero de nuevo, los metros que los separaban se convirtieron en un muro que le aislaba del resto del mundo.
Trató de llamar la atención con más gritos, aunque sabía que era inútil.
Entonces, una de la sombras hizo un movimiento brusco. No pudo percibirlo con claridad, pero en un abrir y cerrar de ojos, uno de los individuos estaba cargando a hombros al otro y cruzaba la calle con él a cuestas hasta guarecerse en un edificio próximo.
Tuvo un mal presentimiento. Una acorazonada. Había encontrado a más gente, si, pero teniendo en cuenta lo que había visto hasta entonces, ¿se trataba de ayuda, o de alguna criatura humanoide como las enfermeras que había visto antes?
Si quería averiguarlo, no le quedaba más remedio que salir de allí. El problema era que la vía del ascensor era impracticable. No pensaba volver a asomarse a aquel hueco. La sola visión del cadáver colgado en lo alto le provocaba escalofríos.
A todo aquello, se giró para comprobar que el cuerpo seguía allí. El hueco por el que había escapado era demasiado estrecho y era imposible mirar el interior desde donde estaba así que se acercó, se agachó y miró dentro.
Se apartó rápidamente de un respingo. La luz del exterior se colaba ahora por la oquedad y le permitía ver mejor lo que había dentro. El caso es que había desaparecido. No quedaba ni rastro del cuerpo.
¿Se había caído? Si así hubiera sido, habría escuchado el golpe al estrellarse el cuerpo contra el ascensor al final del agujero. No obstante, había estado más preocupado de hacer oír el nombre de su hermana que de los sonidos que pudiera provocar un cuerpo cayendo en un oscuro y frío agujero. Era una explicación más que plausible.
Que no hubiera cuerpo era un alivio, pero seguía sin atreverse a bajar por ahí. Las enfermeras. Sabía que estaban en un piso concreto. Podía intentar bajar por las escaleras que había junto al hueco del ascensor sabiendo de antemano donde estaban esas criaturas y así poder esquivarlas fácilmente. Era un suicidio, pero tenía que saber quienes eran esos individuos que había llegado también a Silent Hill.
Infló de aire sus pulmones y salió disparado escaleras abajo una vez hubo empuñado su pistola. Cuanto más se alejaba de la azotea, menos luz había para mostrarle el camino. Tanteó con los pies disminuyendo la velocidad, atento a cualquier ruido y movimiento.
El descenso se le hizo eterno, siempre en tensión. Sus pasos no levantaban el más mínimo ruido y ni siquiera se atrevía a respirar. El silencio era sobrecogedor. Giraba todas las esquinas apuntando a cualquier posible enemigo que pudiera estar escabullido en la oscuridad. Sin embargo, no se topó con ninguna enfermera. Cada rellano que pisaba estaba limpio y vacío. No quedaba ni un alma. Llegar a la planta baja del edificio sin más sobresaltos le pareció un milagro. Sin pensárselo, echó a correr por el pasillo, iluminado intermitentemente por los haces de luz que se colaban por las ventanas.
Se acordó demasiado tarde del incidente que le separó de su hermana en aquel mismo corredor.
Se detuvo en seco. ¿Y si seguía por allí? Quiso mirar atrás, pero...
Escuchó unos pies arrastrándose, deslizándose a sus espaldas... Y el chirrido del acero al ser arrastrado contra el mármol.
No quiso mirarle. Obedeció a su instinto y echó a correr. Los pasos y el chirrido se hicieron más audibles y fuertes cuando salieron en su persecución. ¿Es que no había forma de salir de aquella pesadilla?
Alex recibió un fuerte empujón y un corte en el pie cuando una hoja de hierro cubierta de sangre se abatió sobre él desde la derecha. Su perseguidor estaba dispuesto a todo. Haciendo caso omiso del dolor, siguió corriendo, aunque con algo de cojera. Sintió el sudor frío recorriendo cada centímetro de su cuerpo y la desesperación apoderándose de su alma. Lo tenía detrás, correr no servía para nada. Era un cazador implacable...
Dobló la esquina, llegando a la entrada del hospital. Allí delante, a pocos metros, tenía la salida.
Tomó impulso para dar lo mejor de sí en el sprint final. Era consciente de que la criatura continuaba al mismo ritmo, seguro de poder darle caza antes de que pudiera conseguir escapar. Alex intentó ganar más velocidad. Faltaba poco... cada vez menos...
Algo pasó rozándole el hombro y cortando el aire. Se estampó contra el cristal de la puerta, y ésta se derrumbo hecha pedazos. Alex alcanzó en el justo momento en el que las esquirlas llovían. Se cubrió la cabeza con los brazos, atravesando la puerta, y viendo en el suelo al causante del destrozo: el gigantesco cuchillo del cabeza pirámide.
Ya en la calle, Alex siguió corriendo. Ya no podía escuchar los pasos de su perseguidor, así que no sabía si lo tenía cerca o se había quedado atrás. Cuando le pareció haberse alejado a una distancia prudencial, tomó la decisión: giró sobre sí mismo y apuntó a dónde se suponía que tenía que estar el monstruo. Pero el monstruo no estaba. La calle estaba desierta.
Contempló, anonadado y sin bajar la pistola el hospital. Había cristales diseminados por el suelo, pero no había ni rastro de la espada ni de su dueño. Apretó los dientes, presa de la confusión y el miedo.
- ¡¿Por qué nos haces esto?! -gritó a la nada, apuntando al interior del edificio -¡Sé que estás ahí! ¡¿Qué quieres de nosotros?!
Pasó un rato, sin respuesta. Dándose cuenta de la situación, se mordió el labio e intentó tranquilizarse. Bajó el arma. Recordó a la chica que se le presentó varias veces durante su estancia en el pueblo.
«Nosotros también juzgamos. Y ejecutamos »
- Os va a costar ejecutarme... -lanzó el desafió a la oscuridad que no dejaba entrever las entrañas del hospital -No me da la gana de que lo hagáis... ¡No os lo pondré fácil!
Alex le dio la espalda al inmueble y volvió a echar a correr. Estaba seguro d que por el momento, no tenía que preocuparse por más persecuciones por parte de ningún monstruo. La adrenalina le ayudaba a no percatarse del dolor que le ocasionaba el pie malherido, cuya sangre ya había manchado su zapato. Se dirigió hacia el edificio en el que vio introducirse a las dos siluetas.
Consiguió encontrar sin mucha dificultad la carretera principal. La siguió hasta llegar a la posada y justo enfrente estaba lo que buscaba: escondido entre el resto de casas, un teatro. La fachada no llamaba demasiado la atención y apenas quedaban restos del cartel que daba nombre al teatro, pero le empezaba a dar igual. Las puertas estaban aparentemente cerradas, pero con solo dar un empujón se abrieron con un crujido escalofriante.
Su llegada se convirtió en una entrada triunfal macabra. Dos enormes focos se encendieron en cuanto puso un pie sobre la alfombra. Las butacas que conformaban el público, vacías y cubiertas de polvo y suciedad, quedaron iluminadas por la luz natural que se filtraba desde la calle. Los focos, iluminaron el escenario, sobre el que, como personaje principal de la obra, estaba su hermana inconsciente.
Se olvidó de absolutamente todo. Todos los peligros, todos los avatares por los que habían pasado quedaron relegados a un segundo plano, eclipsados por el alivio y la alegría del reencuentro. Alex atravesó el patio de butacas hacia el escenario, pero tuvo que frenar en seco cuando ya estaba ante él.
La chica del cabello castaño había hecho su entrada estelar y ahora se interponía entre los dos hermanos. Su mirada indiferente aplastó cualquier sentimiento amable que pudiera residir en Alex, que se dirigió a ella con desprecio:
- ¡Quitate de en medio! Si es a mí a quien quieres, tendrás que dejar que ella se vaya.
La muchacha no se movió. Alex quiso apartarla con sus propias manos, hasta que se dio cuenta de que había alguien más. El cabeza pirámide estaba también ahí, de pie, apostado junto al cuerpo de su hermana. No le sorprendió verle, ni le intimidó su presencia. No quería que olieran su terror.
- ¿Cuándo he dicho -la chica habló -que es a ti a quién quiero?
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