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Silent Hill: Double Psycho - 12


Comprobó su aspecto diez veces antes de salir de casa. Se aseguró otras tantas de que la casa no correría peligro en su ausencia y de que dejaba la puerta bien cerrada. Y sus pies se movieron solos, recorriendo aquel camino que, año tras año, cada vez con menos esperanza y más falsa ilusión en la mirada, seguía. El cielo, azul y limpio, invitaba al paseo de niños y ancianos que compartían la calle con ella. Pero ella lo sentía impersonal. Se sabía conocedora de la verdad: del remolino de niebla y oscuridad que tras aquel azul se escondía y se tragaba a unos pocos, convirtiéndolos en desgraciados sin memoria ni personalidad, sufridores en vida de recuerdos que juegan escondiéndose de sus búsquedas.

Compró una flor a las puertas del hospital a una gitana decrépita que la persiguió hasta que las puertas automáticas se cerraron tras ella.

Un par de enfermeras la saludaron en los pasillos con practicadas sonrisas a las que ella respondió de forma automática. La rutina la había convertido en eso: diez años de rutina la habían vuelto autómata. Su vida antes de aquello era un lago de aguas oscuras e insondables que ahogaban cualquier imagen, cual quier sonido u olor.

Como tantas otras veces, se paró ante la puerta de la habitación 302. Se acicaló con la mano que le quedaba libre y esbozó aquella sonrisa que tanto había practicado a solas, ante el espejo. Abrió la puerta.

- ¡Buenos días, hermano! ¿Qué tal te encuentras hoy?

Dejó la flor junto a las otras, en un jarrón sobre la mesa de noche. Se sentó en una silla que acercó al lecho, donde un hombre de barba incipiente descansaba envuelto en mantas, cables, tubos y pitidos. Ella tomó su mano, quieta, fría. Como siempre.

- ¿Sabes lo que me pasó ayer en el trabajo, Alex?

Amy esperó un rato en el que sabía que nadie iba a responder. Pero ya no lloraba ante aquel silencio. Fingía escucharle en su cabeza. Igual que hacía con el resto de voces.

- Volvió a seguirme. Ese motorista, Lucas. Sigue tirándome los tejos. ¿No es increible? ¡No sé como decirle que no soy su "niña"! Debe de tener algún trauma con alguna ex…

Buscó algún cambio en la expresión tranquila y soñolienta de su hermano, pero seguía impasible, sumergido en un mundo blanco y desconocido. Aún así, continuó charlando con él, hablando sin parar, sobreponiendo su voz al resto que su cabeza producía. Hasta que llegó la hora de comer. Se despidió de él entonces y bajó a comer algo en el comedor del hospital. Le gustaba comer allí. Había ruido, y donde había ruido, no oía voces. Comió centrándose en el ruido que producían sus dientes al masticar, su garganta al tragar, su estómago al digerir. Pero como ocurría siempre, la voz delató su presencia con un pequeño zumbido que fue creciendo a medida que pasaban las horas.

"Tenemos que volver. Habla con él"

"Quiero volver a mi casa"

"Tu eres yo. Esta es mi vida"

Y así era día tras días, hora tras hora. Mientras trabajaba. Mientras leía. Mientras cenaba. Y cuando dormía, eran pesadillas: un hombre gigantesco la perseguía, con un extraño casco en forma de pirámide y una espada gigantesca que arrastraba provocando un escalofriante chirrido. Ella huía, pero sus piernas eran demasiado cortas, era demasiado pequeña y vulnerable. Llamaba a su hermano a gritos, pero de pronto, una niña se cruzaba en su camino. La sonreía y le señalaba un escondite. Una casa de madera en mitad de un pueblo o ciudad desolada. Entonces, Amy despertaba empapada en sudor y temblando, sin poder volver a conciliar el sueño hasta la noche siguiente, en la que todo se volvería a repetir.

Su vida, insípida y repetitiva la cansaba. ¡Claro que la cansaba! Sin embargo, no podía hacer otra cosa más que ganar dinero para que su hermano estuviera bien atendido en aquel hospital, visitarle día a día y sobrevivir. Eso último era la mayor razón de todas, y no sabía porqué. Sobrevivir.

Para sobrevivir, trabajaba en un McDonalds. Para sobrevivir, no caminaba por las calles, corría movida por un temor cuyo origen desconocía. Y un día si y otro no, a la hora del cierre, un motorista que la perseguía desde que podía recordar llamado Lucas la seguía hasta casa. Nunca la tocó. Nunca le hizo nada. Solo la seguía, y decía cosas incoherentes. Al principio, le daba miedo. Ahora solo la inquietaba, pero lo controlaba. Aquella noche también la siguió hasta casa, pidiéndole que la acompañase, que regresara junto a él. Amy ya no sabía como decirle las cosas, así que prefería no decirle nada.

Ya en su casa, a salvo, se preparó una cena rápida y se quedó viendo la tele hasta las tantas. El ronroneo del viejo televisor mitigaba las voces de su cabeza. Las voces dobladas de los anuncios las mantenían alejadas, y distraían su atención. Incluso se sabía algunos de memoria. Aquella noche, uno de esos anuncios era nuevo, y se centró en él movida por unas mariposas en su estómago que la instaba a ello. Como si fuera una señal.

"La enciclopedia de la historia de nuestros pueblos, la historia de nuestro país. ¡La mejor ayuda para tus estudios! ¡La mejor fuente de información histórica de todos los tiempos! ¡Por solo 149'95! ¡Llama ya! ¿No sabes que ocurrió en Silent Hill?..."

Silent Hill. Cuando el locutor lo nombró, una espita se encendió dentro de la cabeza de Amy, provocándole un fuerte dolor de cabeza que la hizo encogerse y gemir de dolor. Fue una punzada que le atravesó el cerebro, una fuerte llamada de atención. Y la voz, más fuerte y potente que nunca, inundó sus sentidos con un tono amenazador y urgente…

"VEN YA"

La cámara mostraba varios planos y puntos de vista del pueblo en cuestión: abandonado, sumido en una blanquecina niebla. Terminó mostrando una casa de madera casi derruida, con un emborronado letrero sobre la puerta. Había visto antes aquella casa, en sus pesadillas. Una y otra vez. La voz insistió:

"¡Tienes que venir!¡Recuerda quién eres!" Repetía una y otra vez.

Amy, dolorida y asustada, se levantó del sillón con la cabeza entre las manos, tapándose los oídos inútilmente. La voz seguía, le hacía daño. Huyendo de ella, y sin acordarse de que era una noche fría e iba en pijama salió a la calle.

Lucas la estaba esperando. La vio salir de su casa, llorando desesperada. Al verle, Amy paró en seco. El hombre estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en su moto, en la acera de enfrente y con una sonrisa dirigida solo a ella, enmarcada por su corta melena rubia. Con solo verle, Amy supo que era el único que podía hacerle el favor. En los años que llevaba allí, no había conseguido conocer a nadie. No recordaba nada. Ni siquiera había contactado con sus padres, no recordaba quienes eran. Lucas, aquel hombre que la seguía siempre, era el único ser cercano a ella. Y en su estado desesperado, solo podía pedirle el favor a él. Las voces eran insoportables, la quemaban por dentro.

¿Querían ir a Silent Hill? Pues irían a Silent Hill.

- ¿Lista para partir, Amy? –preguntó Lucas acercándose y tendiéndole un casco oscuro.

No respondió con palabras. Cogió el casco de un manotazo, se lo puso lo más ajustado que pudo para tapar sus oídos, y se montó en la moto. El último pensamiento que tuvo antes de cometer aquella locura fue para su hermano, en coma desde hacia diez años y sin esperanza.

Lucas asintió, visiblemente orgulloso por la decisión de la chica. Subió a la moto también y comenzó el viaje…

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