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Silent Hill: Double Psycho - 4


Las llamas devoraron el edificio en unos pocos minutos, desafiando todas las leyes físicas que a Amy le enseñaron en el instituto. Ensimismada, se había quedado mirando aquel espectáculo a una distancia segura. Había escapado por los pelos.

Aún tenía el susto encima de lo que había ocurrido. Llorando en silencio, se había encerrado en aquella habitación, huyendo de la anciana sin ojos. Poco después, había escuchado pasos al otro lado del pasillo. Intentando hacer el mínimo ruido, buscó una salida para escapar sin ser descubierta: la ventana de la habitación. La abrió, y cuando estaba a punto de salir por ella, se percató de la mesilla de noche. ¿Qué hacía allí, dónde no había cama ni ningún otro mueble típico de dormitorio?

Esperando encontrar algo tan útil como la linterna, abrió el cajón y registró el interior. Encontró recortes de periódico que no leyó, un bolígrafo y una caja negra. Aprovechó uno de los periódicos para dejar un mensaje a su hermano, apretando la punta del bolígrafo al papel, ya que no tenía tinta. Esperaba que Alex supiese encontrarlo a tiempo. No tenía mucho espacio dónde escribir, así dejó un mensaje escueto.

Entonces, se sucedieron los pasos. Lentos. Disimulados. Acercándose. Las manos le temblaron y el cajón, que había sacado de su sitio para poder buscar mejor en su interior, se le cayó al suelo provocando un fuerte estruendo. Los pasos continuaron en el exterior. No podía entretenerse más. Cargando con la caja negra que había encontrado, salió a toda velocidad por la ventana, alejándose cuanto pudo de aquel antro de pesadilla. No volvió la vista atrás hasta pasados unos metros, cuando aquello empezó a arder.

Su mensaje, seguramente, se habría perdido entre las llamas.

Frustrada, pateó el suelo un par de veces. ¿Qué iba a hacer ahora? Tenía que encontrar a su hermano. Aquel maldito pueblo, sin tener nada que ver con ellos, se había propuesto separarlos. En su interior, volvió a surgir aquel arrojo y carácter que tantas veces le habían dicho que venía de familia. Ante aquel fuego juró encontrar a Alex… y vengarse.

Le dio la espalda al hostal y echó a andar. ¿Por dónde empezar? ¿A dónde ir? Alex había vuelto al coche para recoger algunas cosas, así que regresar a él sería la opción más segura. La cuestión era el cómo llegar cuando no sabía en qué punto se encontraba.

Se le ocurrió la idea de guiarse tomando como punto de partida el hostal. Se giró para buscarlo entre la humareda que se mezclaba con la niebla. Y se topó con ella.

Ni la había escuchado acercarse ni sabía de dónde había salido, pero como si la hubiera estado siguiendo desde que escapó del hostal, Amy se encontró con una niña. Llevaba algo parecido a un uniforme que tenía que darle calor, y su melena castaña le enmarcaba su pequeño rostro. Su expresión, seria y serena, la observaba fijamente a través de esos enormes ojos marrones. Al menos, tenía ojos. No podía tratarse de otro monstruo como la anciana. Quizás ella también se había perdido…

- ¿Eres de aquí? –le dijo Amy apuntándola con la linterna -¿Te has perdido?

La chica en lugar de responder, continuó mirándola. Las dos se quedaron inmóviles, estudiándose la una a la otra, hasta que la pequeña levantó un brazo lentamente y señaló con el dedo a Amy. Estupefacta, la joven se señaló a sí misma sin saber muy bien que quería decirle.

- ¿Yo qué?

La niña, muda, continuó señalándola. Negó con la cabeza y con un gruñido, dirigió también su mirada a la caja negra que Amy guardaba bajo el brazo.

- ¿Esto? ¿Es tuyo? –Amy se la mostró.

- Él –fueron las primeras y enigmáticas palabras de la chica.

- ¿Él? ¿Quién es él?

La niña continuó apuntando con el dedo a la caja. Sin saber muy bien qué hacer, Amy la abrió sin mirar el interior, apartando por unas décimas de segundo la mirada de ella. Levantó la mirada y la caja para poder enseñársela otra vez, pero se encontró sola en mitad de la calle. La muchacha había desaparecido.

Intentó disimular su miedo centrando su atención en el interior de la caja. ¿Aquella grabadora era lo que tanto llamaba la atención de aquella niña? Cogió el aparato dándole sin querer a uno de los botones, accionándola. Una serie de ruidos surgieron de ella cubiertos parcialmente por el sonido de la estática. Aquello le hizo dar un brinco, pero escuchó la grabación con atención, intentando desentrañarlos. Parecían sirenas… una voz bronca y lejana se abrió paso entre ellas. Se distorsionaba, y Amy tuvo que esforzarse para poder entenderla:

- ¡Deje salir a los rehenes! ¡Cumpliremos sus exigencias al pie de la letra! ¡Le doy mi palabra!

La grabación se encasquilló, interrumpiéndose y dejándola con la intriga. Ansiosa por continuar escuchando aquel documento, Amy toqueteó los botones con cuidado, hasta que uno de ellos abrió la grabadora dejando a la vista una vieja cinta. La lámina se había salido y enganchado en la maquinaria. Con delicadeza, Amy la sacó y buscó en su bolsillo algo con lo que recomponerla. Lo único que encontró fue un chicle que enseguida se llevó a la boca y masticó con vehemencia. Guardó en su lugar la cinta hasta que pudiera encontrar el modo de poder arreglarla.

Alguna de las teclas que había pulsado había accionado la radio que la grabadora llevaba incorporada. Amy volvió a iniciar la marcha en dirección al hostal, tanteando en la grabadora para, por lo menos, tener algo de música como compañía. Lo único que conseguía era que el sonido de la estática aumentara cada vez más hasta convertirse en un barullo ensordecedor. Incapaz de aguantar ese ruido, intentó apagarla, pero los botones no cedían.

- ¿Por qué todo lo que toco tiene que terminar así? –se quejó sin cejar en su empeño de apagarla.

Un chirrido la interrumpió, mezclándose con el crepitar de las llamas que volvía a tener frente a ella. Era la primera vez que escuchaba ese ruido, pero le puso el vello como escarpias. Temiendo de antemano lo que podía encontrarse, levantó muy lentamente la cabeza de la grabadora, cuya estática se había vuelto aún más fuerte, presagiando aquel horror.

Una persona de dos metros la estaba esperando. Debía de tratarse de un hombre, enclenque, con un delantal sucio y raído. Amy se percató de que estaba ocupando el mismo sitio que momentos antes había ocupado la niña con la que se encontró.

Amy se quedó boquiabierta y paralizada. Aquel hombre no tenía cabeza. En el lugar que le correspondería, sobre los hombros, tenía una especie de casco triangular sin ni siquiera agujeros por los que mirar. Y en su mano, una enorme espada que medía casi lo mismo que él y arrastraba por el suelo.

Supo que aquella criatura no traía consigo buenas intenciones en absoluto. Su sola visión la inundaba de escalofríos y los temblores no la dejaban apartar la vista de él. El monstruo dio un paso brusco hacia ella, arrastrando la espada tras él. La mente de la joven se negaba también a actuar, confundida. Dio un par de pasos más, cogiendo velocidad y apretando en el puño el mango de la hoja. El chirrido del metal siendo arrastrado por el asfalto fue lo que despertó el instinto de Amy, que casi tropezando con sus propios pies, comenzó torpemente a correr en dirección contraria a aquel ser.

El suelo tembló con cada golpe sordo que los pasos de aquel ser propinaban al perseguirla. El chirrido le hacía más daño en los tímpanos que la estática ensordecedora que emitía la grabadora que apretaba con todas sus fuerzas en la mano blanca por la presión. Amy corrió con todas sus energías, mirando a todas partes, buscando algún edificio en el que guarecerse, cualquier rincón en el que esconderse. Sabía que cada zancada que daba, más se alejaba de su hermano y de la salida de aquella pesadilla.

Todos los edificios se parecían entre sí. Por eso ninguno le llamó tanto la atención como aquel de paredes blancas, sucias, que se erigía en aquella plaza a la que su desenfrenada carrera le había conducido. No tuvo tiempo para fijarse en nada más. El chirrido dejó de escucharse, no así los terribles pasos, que seguían con su avance. Recorrió los últimos metros aprovechando al máximo las fuerzas que le quedaban y entró en el inmueble al encontrarse la entrada abierta de par en par. No quiso pararse siquiera a encender la linterna. Se ocultó en la oscuridad sin detenerse, hasta que chocó contra una pared.

El golpe la hizo caer al suelo. Miró por primera vez atrás, con la certeza de que lo último que vería sería a su perseguidor, con aquel gigantesco cuchillo levantado sobre la cabeza y dispuesto a acabar con su vida…

Mas, se encontró con la oscuridad, sola. Ni rastro de la criatura.

Esperó sentada a que su acelerado corazón y su alterada respiración se tranquilizasen. Los oídos le martilleaban, aunque después de tragar saliva unas cuantas veces, se relajaron, permitiéndole comprobar que hasta la estática de la radio se había ido. El silencio volvía a acompañarla.

Aguantándose las lágrimas, encendió la linterna. El haz de luz, tembloroso, iluminó la gran estancia en la que se encontraba. Por un momento, le recordó a la entrada del hostal, con la diferencia de que aquel sitio era más grande y las paredes un poco más blancas. También había un viejo mostrador polvoriento, y tras él, un gran cartel que por sí solo bastaba para averiguar la identidad del edificio: había entrado en un hospital.

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