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Silent Hill: Double Psycho - 7

  • M.C.
  • 1 sept 2016
  • 7 Min. de lectura

Despertar nunca le había resultado tan doloroso. Mover la cabeza para mirar a su alrededor sólo sirvió para incrementar las nauseas que sentía.

Se incorporó de la solitaria camilla de blancas sábanas de hospital, intentando recordar cómo había llegado hasta aquella consulta. Las manchas que cubrían las paredes se movían ante sus mareados ojos como poseedoras de vida propia. El escaso mobiliario de la sala se fue asentando poco a poco aún envueltos por la invisible neblina del sopor más profundo.

Amy se bajó de la camilla de un salto. Movimiento brusco que casi le hace perder el equilibrio, sujetándose a la mampara que tenía a su lado.

El lugar estaba desierto. Y los recuerdos de su llegada no eran más que una profunda laguna negra en su mente. Recapitulando, haciendo un esfuerzo, a lo más que llegaba era a una vaga silueta difuminada cuyo brazo se estiraba hacia ella y cuya cabeza acababa en punta.

Un cosquilleo incómodo se apoderó de su pecho, mas no llegó a ser preocupante. Tomando consciencia de que se encontraba en mitad de un pueblo abandonado y perdido en mitad de la nada y que su hermano estaría buscándola, Amy salió al ennegrecido corredor, dejando atrás la consulta con la luz encendida.

Sin siquiera pararse a pensar, lo único que hizo fue dejarse llevar por sus pies. Se internó en la creciente oscuridad del pasillo, alejándose de la luz de la consulta. Se pegó a la pared, sintiendo su áspero contacto al guiarse por su desconchada superficie.

Conforme caminaba, un pequeño haz de nitidez se dejaba entrever un poco más adelante. No se oía otra cosa que no fuera su propia respiración, pero la llamaba. Y no podía negarse.

Como polilla, se sintió atraída por la luz. Despegándose del muro, avanzó hasta la estancia que se abría al final del pasillo hasta convertirse en un amplio descansillo. Una verja de metal herrumbroso abierta de mala manera dificultaba al ascensor la tarea de emprender su solitario viaje hacia ignotas plantas. La luz que Amy había estado siguiendo provenía de su interior.

El frío metal le provocó un escalofrío en cuanto tomó la linterna tirada en el suelo del ascensor. Con un indescifrable sentimiento de repulsión, se alejó del ascensor un par de pasos, retrocediendo, iluminándolo con la linterna.

Allí dentro no había más que suciedad y cierto olorcillo a metal y aceite. ¿De dónde salía ese pánico entonces?

No iba a desperdiciar tiempo para averiguarlo. Quería salir de allí cuanto antes. La luz de la linterna iluminó la pared hasta dar con un par de carteles. Le costó entender que indicaban aquellas marcas sobre la placa de metal que el tiempo había desgastado. Una de las dos señalaba una abertura a través de la cuál podían vislumbrarse unas escaleras bañadas por la tenue luz que apenas conseguía abrirse paso por la ventana de cristales empañados.

Obedeciendo a la señal, Amy bajó las escaleras teniendo especial cuidado con dónde pisaba. Los escalones daban la vuelta antes de posarse en el descansillo de la planta baja. En realidad continuaban descendiendo, mas no era su intención descubrir a que infierno abandonado conducían.

Acompañada por la sensación de deja vú, recorrió el corredor hasta la entrada. No recordaba el porqué, pero conocía el camino. El pequeño haz de luz iluminó la cruz roja del mostrador al pasar por delante.

A través de la puerta acristalada podía ver la calle asolada por la luz que otorgaba una farola perdida en la niebla. Esperanzada ante la inminente libertad, Amy se abalanzó sobre la puerta y luchó con el pomo para abrirla.

La ilusión fue desvaneciéndose a cada golpe desesperado e inútil que le daba a la puerta.

- No… ¡No! ¡No puede estar cerrada! ¡No puedo quedarme aquí encerrada! ¡Ya entré por aquí! ¡Tengo que salir!

Sus gritos jugaron en el vacío antes de perderse entre las paredes. Ante su nulo efecto, abandonó toda lucha, sumergiéndose en su mente pensando que hacer. Reprimiendo su instinto de destrozar la maldita puerta a golpes, buscar a su hermano y salir de allí como alma que lleva el diablo…

"¿Y porqué me reprimo?"

Echó una rápida mirada a su alrededor. Probó suerte intentando separar un banco de la fila que había ante el mostrador, mas un hierro los mantenía unidos en pesados tríos. No tenía otra cosa que pudiera usar por allí. A no ser…

Rebuscó en sus bolsillos. En uno de ellos encontró la grabadora, que emitía un constante zumbido estático casi imperceptible. Por eso no se había dado cuenta antes de que la llevaba encima. ¿Pero de dónde la había sacado?

Bueno, aquello era lo de menos. Apartando el objeto de su función original, lo lanzó con todas sus fuerzas contra el vidrio, que apenas aguantó el impacto. Terminó de quitar los cristales con el pie, disfrutando de aquella nueva sensación. La sensación de haber hecho algo malo y nadie le llamaba la atención.

Recogió la radio, comprobando que la puerta había sufrido más desperfectos que el aparato, y la devolvió a su bolsillo.

Armada con su linterna, Amy caminó por la calzada muy seguro de lo que tenía que hacer. Esperaría junto al coche un rato, y si su hermano no aparecía, buscaría otro pueblo cercano y llamaría al teléfono de emergencias.

Lo que desde luego no pensaba hacer, era continuar en aquel lugar tan sumamente extraño.

El dolor remitió tan repentinamente como comenzó. Abrió los ojos apartandose las manos de la cabeza. Ante él ya no estaban los pequeños zapatos negros que continuaban en medias balncas hasta esconderse en una falda plisada a cuadros, de la cual arrancaba un jersey liso y azul. Aquellos penetrantes ojos marrones tampoco estaban allí. La chica había desaparecido.

De un brinco, Alex se incorporó y buscó a Amy por la habitación. Ella si seguía dónde recordaba haberla dejado, inconsciente sobre la camilla. A su mente llegó con retraso la explicación, y sus manos temblaron: tenía que reanimar a su hermana. ¿Cómo había podido distraerse?¡Ya podía ser demasiado tarde!

Antes de que sus manos llegasen a rozar su pecho para iniciar el masaje cardiaco, sus párpados hicieron un movimiento extraño. Se apretaron un poco antes de abrirse. Parpadearon un par de veces, descentrados, apartandose de la luz del techo para explorar en derredor. Un leve gesto de dolor asomó en el rostro de Amy, que volvía a tomar su tono de siempre.

Presa de una incontrolable alegría, Alex no podía moverse, ni siquiera hablar. Simplemente observar a Amy levantándose y frotándose la frente. Parecía confusa. No obstante, no tardó en recuperarse.

- ¡Amy! ¡Menudo susto me diste! -fue la "regañina" cargada de alivio y algunas lágrimas que salió de su garganta.

Poco le faltó para lanzarse a darle un fuerte abrazo hasta casi estrangularla. Los dos estaban frente a frente, a escasa distancia. Por lo que era inexplicable lo que pasó a continuación.

Como si no existiera, Amy ni siquiera le dirigió un breve vistazo. Bajó de un salto de la camilla y salió de la habitación como si no hubiera nadie más.

Alex atribuyó ese comportamiento a la situación. Al miedo y la angustia que habían tenido que sufrir desde que llegaron. ¿O se habría enfadado por no haberla salvado antes?

La siguió para preguntárselo. Amy deambulaba por el pasillo hasta el ascensor. Sin legar a su altura, se atrevió a levantarle la voz:

- ¡Amy! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Te has enfadado?

No hubo respuesta. ¿Sería la huella del infarto que acababa de sufrir? No, ya le había pasado antes: cuando se enfadaba y no quería empeorar las cosas, solía hacerse la sorda. Aligeró un poco más el paso para darle alcance. Odiaba aquellos jueguecitos. Su mano se encaminó hacia el hombro de ella, pero otra mano surgió desde un lado ciego a su derecha deteniéndole con congelada fuerza descomunal. Ahogó un grito.

Sobresaltado, Alex buscó al dueño de aquella mano siguiendo su brazo. De nuevo aquella niña le observaba entre las sombras, sujetando con fuerza impropia su mano.

- ¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡¿Qué quieres de nosotros?!

- ¿Sigues sin acordarte? -Alex no quería escuchar más galimatías. Vió a su hermana agacharse en el ascensor medio abierto para recoger algo del suelo -Decídete de una vez y deja de usarla para esconderlo. ¿Es que no quieres protegerla?

- ¡Claro que quiero proteger a mi hermana! -intentó apartarse de ella con un movimiento brusco que no sirvió para nada.

- Pues deja que se marche. ¿O prefieres que continúe sufriendo esta pesadilla porque prefieres ocultar la realidad? La dejé salir como recompensa, por recordar…

- ¡¿Recordar el qué?! -fuera de si, Alex consiguió liberarse, llegando a chocar su espalda contra la pared a causa del repentino tirón que tuvo que darle a su mano -¡¿Qué está pasando aquí?!

- Aún te niegas a aceptar lo que pasó. Lo disfrazas cubriéndolo de preocupaciones mundanas… ¡Cómo proteger a tu hermana tan obsesivamente! -los ojillos de la chica chisporrotearon con furia contenida -pero lo recuerdas perfectamente.

- ¡¿El qué se supone que tengo que recordar?!

- No puedo dejarte salir hasta que no lo admitas, y pagues por ello. Por eso estamos aquí. Para expiar nuestros pecados.

Cada vez más confuso y encolerizado, Alex pugnaba contra su instinto. Pero antes de hacer nada buscó a Amy. Y esa búsqueda desesperada fue la que le hizo pensar.

La niña tenía razón. Era una manía suya que le ayudaba a sobrevivir. Olvidaba todos los problemas sobreponiendo a su hermana a ellos. ¿Era eso lo que la chica quería que admitiera?

Se volvió hacia ella dispuesto a decírselo. Si con aquello la pesadilla terminaba, le daba igual admitir lo que fuera.

Pero la misteriosa niña, como siempre, había vuelto a desaparecer. La pared se llevó un fuerte puñetazo cargado de frustración. ¿Qué quería el maldito pueblo de él?

Por las palabras de la chica, sabía que no conseguirían salir hasta que descubrieran que quería decir.

Giró sobre sus talones para dar media vuelta e internarse en el edificio, que lo engulló como fiera que juega con su presa antes de aniquilarla…

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