Silent Hill: Double Psycho - 8
- M.C.
- 1 sept 2016
- 5 Min. de lectura

Las luces sucedían a las sombras entre retazos, barras iluminadas que se intercalaban cortando el suelo por el que los pasos se perdían en desenfrenada carrera, consciente de lo que había en juego.
El aire estaba totalmente contaminado, convirtiéndose en una medicina él mismo que no curaba todo el dolor allí acumulado. Los enfermos de sentimental angustia y agonía habían aguardado impacientes y habían convivido codo con codo con los enfermos físicos.
La amenaza de la muerte cercana y posible aún se percibía. Y aunque ya no cruzaban a toda velocidad, podía llegar a escucharse las ruedecillas quejumbrosas de las camillas cargadas con enfermos del hospital en constante ir y venir.
Las consultas, que se sucedían una tras otra a lo largo del corredor, aún guardaban instrumental médico intacto, medicinas y expedientes. Alex leyó unos cuantos, preguntándose quién en su sano juicio abandonaría un hospital dejando atrás cosas de semejante importancia y costo.
Nadie abandona algo así por las buenas. No. Allí había ocurrido algo.
Su travesía le llevó a dar una vuelta alrededor del edificio, terminando en el punto de partida: el rellano del ascensor.
Se subió a la máquina y pulsó él botón de la siguiente planta. El panel era la única luz de la que disponía el ascensor y bajo la que pensar. La verja se cerró ante sus ojos con un chirrido y comenzó la subida al segundo piso.
Sin embargo, el trayecto en ascensor duró poco. Los botones le avisaron de lo que iba a ocurrir, parpadeando antes de apagarse por completo. Una serie de golpes metálicos y chirridos escalofriantes se sucedieron antes de que el suave tambaleo, muestra de movimiento, cesara.
- ¡Mierda! -la pared recibió un puñetazo que no sirvió de mucho, pero que le liberó de algo de tensión.
No tenía ni idea de lo que podría haber pasado, pero si sabía que por mucho que tocase el botón de auxilio, nadie acudiría a solucionar la avería. Buscó una forma de salir del cubículo, tanteando con las manos en la oscuridad. Gracias a su altura, el techo estaba también a su alcance, percatándose de una hendidura en el mismo. De puntillas, empujó como pudo hasta que consiguió abrir una pequeña apertura.
Con esfuerzo, consiguió salir al techo del ascensor. La oscuridad era más espesa por allí, pero algunas piezas de metal que rodeaban la maraña de cables relucían bajo la tenue claridad que se distinguía algo más arriba. Alex siguió con la mirada a uno de los manojos de cables, levantando la cabeza.
Lo que vió, le heló la sangre y le revolvió el estómago. Se tapó la boca y desvió la mirada instantáneamente, pero eso no evitó que aquella imagen quedase grabada en su mente.
Era un cuerpo. Una persona con bata blanca iluminada por la escasa luz que se filtraba por la tela metálica que marcaba el final del túnel. El cuello estaba doblado de tal forma, que la cabeza estaba inclinada hacia un lado y abajo, en posición grotesca. No era el cuerpo el que le inspiró tanto terror. Sino los ojos, claramente blancos y distinguibles que parecían observarle bajo el manto de la muerte; y un leve esbozo de sonrisa que parecía divertirse sabiendo cuan terrorífico era. Se mecía un poco, distinguiéndose claramente el trozo de cuerda que lo sostenía. Evidentemente, se había ahorcado.
Alex recuperó la compostura y respiró hondo. Entre las bocanadas de oxígeno llegó camuflado el terrible hedor a muerte con el que ya se había encontrado en otras ocasiones en su trabajo. Intentó no volver a mirar el cadáver. Su mente te encargaba de repetir la imagen para él.
A todas luces parecía un suicidio. El tipo, que por la bata delataba que había estado en el hospital, había escogido un extraño lugar donde ahorcarse. ¿Habría tenido algo que ver con el abandono del lugar? Lástima que no pudiera responder…
Su instinto fue el que tomó cartas en el asunto a partir de ese pensamiento. Recuperándose milagrosamente, tanteó por el frío muro hasta que se encontró con un resquicio que había dejado la apertura para el ascensor del siguiente piso, a un metro por encima de dónde se había detenido. Su intención entonces, era recuperar el cadáver para sacar sus propias conclusiones. Quizás le ayudase a aclarar algo sobre ese pueblo abandonado que tantos quebraderos de cabeza le estaba dando…
Haciendo uso de toda la fuerza que poseía, empujó las hojas de la puerta metálica hasta dejar suficiente espacio entre ellas para que una persona normal pudiera pasar a través de ellas. La luz parpadeante de una bombilla del techo en movimiento fue la primera en pasar, permitiéndole ver mejor lo que tenía delante. Con un salto, se encaramó al borde y se impulsó hasta tener medio cuerpo fuera.
Y así quedó. Inmóvil mientras la saliva se esfumaba de su boca y el miedo de la incomprensión volvía a apresarle. Figuras femeninas envueltas en harapos le esperaban, escalofriantemente quietas y sin rostro, como maniquíes. Las cofias eran la única prueba en la que podía sostenerse para deducir que parecían enfermeras, aunque estuvieran las ropas de todas de color marrón debido a la suciedad acumulada. Algunas, incluso, estaban ajadas y lucían cortes y arañazos por doquier rodeados de cierta sustancia roja. La bombilla que pendía sobre sus cabezas se movía de un lado a otro jugando con las sombras, insinuando algún movimiento extraño que colaboraba a alborotar más el corazón de Alex.
Despacio, Alex fue el primero en moverse al subir del todo para poder pisar suelo por fin. Se levantó lentamente, intentando no hacer movimientos bruscos, examinando sin poder terminar de creérselo todas aquellas caras sin elementos que las identificasen como tales. Los ojos inexistentes de aquellos maniquíes estaban fijos en él. Lo sentía.
Alex se llevó la mano lentamente hasta el cinto, cogiendo su arma cuyo contacto apaciguó un poco los temblores de sus manos. La sacó poco a poco…
Y la luz parpadeó. Fue sólo un momento en el que se llevó otro susto que volvió a ponerle nervioso. Eso le hizo apartar la vista de las enfermeras para mirar la lámpara de movimiento continuo y en ese despiste, por el rabilo del ojo, percibió que una de las del grupo, apostada contra la pared, se movía. Apuntó hacia ella notando como resbalaba una gota de sudor frío por su frente.
- ¡¿Quiénes sois?! -preguntó con dureza y apuntando con punto firme a la cabeza de una de ellas -. ¡¿Qué sois?!
La respuesta no se hizo esperar, pero no de la forma que él imaginó. Todas a una, de forma abrupta, levantaron un poco la cabeza. En las manos de algunas, unos objetos metálicos destellaron: bisturís la mayoría. Con las mismas maneras repentinas, al mismo tiempo, el grupo se fue cerrando con las grandes zancadas de las componentes, acercándose a él en tenebrosa procesión. Presa del pánico, toda la seguridad de Alex bajó en picado, bajando el arma y buscando una forma de escapar a todos aquellos brazos que, al unísono y enarbolando sus escalpelos, se levantaron sobre su cabeza.
Se arrojó de nuevo al interior del hueco del ascensor a toda prisa, esperando que el poco espacio que había para pasar las detuviera.
Mas no lo hizo. Se agolparon entre ellas para poder traspasar la apertura y darle alcance, chocando algunas contra la pared levantaron sonoros golpes. Una de ellas consiguió pasar el brazo y dibujó un par de tajos en el aire con su bisturí. Pensó alguna forma de detenerlas, pero no se le ocurría otra que eliminarlas o esconderse. No tenía balas suficientes para todas ellas, y cada vez luchaban con más desesperación sin perder la coordinación por abrirse paso hasta él. No serviría de nada esconderse…
No obstante, se le ocurrió una idea cuando su espalda chocó contra el cableado que cubría la pared del fondo. Sin perderlas de vista, no perdió más tiempo, y tras afianzarse con un par de tirones, comenzó a escalar por los cables hasta el siguiente piso…
Comments