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Silent Hill fanfic: Double Psycho

  • M.C.
  • 1 sept 2016
  • 9 Min. de lectura

Una impresionante ola de calor como nunca antes se había sentido, se apropió de aquel mes de agosto. Desde las nueve de la mañana hasta bien entrada la noche, rara era la persona que se atrevía a desafiar al sofocante sol y salir a la calle. De hecho, ese fenómeno provocó que prácticamente todos los habitantes huyeran en desbandada hacia las costas y pueblos de montaña, alejándose cuanto podían de aquel tiempo infernal.

Ese era también el caso de dos hermanos. Cansados de acompañar a sus padres a pasar largas y aburridas estancias en un aburrido pueblo, decidieron ir juntos y por su cuenta a un paraje más veraniego.

Después de despedirse de sus padres, se echaron a la carretera desde bien temprano por la mañana, y continuaron su trayecto en coche hasta que la noche cayó sobre ellos.

- ¿Falta mucho para llegar a alguna estación de servicio? –preguntó la más joven con la cabeza apoyada contra la ventanilla.

- ¿Ya te mareaste, Amy? ¡No puedo parar el coche cada cinco minutos! -dijo el mayor sin apartar la vista de la carretera.

- ¡No es sólo eso! Tengo sueño… ¡y seguro que tu también, Alex! ¡Y eso es peligroso! –Amy le pinchó a su hermano en un costado con el dedo -. ¡Quiero pasar la noche en una cama y no en un coche!

Alex se rió por las cosquillas que el dedo de su hermana pequeña le provocaba. Observó su angelical rostro medio adormecido, dejándose convencer.

- Está bien. Mira, nos detendremos allí –Alex señaló un gran cartel a un lado de la desierta carretera flanqueada de arbustos -. ¿Te parece bien?

- "Silent hill, un kilometro"… -leyó la joven -. Nunca había oído hablar de ese pueblo…

- ¿No decías que se te daba mal la geografía?

Amy le dio un codazo molesta por la broma, lo que le arrancó una carcajada a Alex. Enfurruñada, se arrebujó en el asiento del copiloto donde estaba sentada, pero enseguida se tapó la boca con una mano y cerró los ojos con fuerza. Su hermano, preocupado, rebajó aún más la marcha hasta que el coche se quejó con un traqueteo y se detuvo de repente. Los dos hermanos se miraron.

- ¿Ya llegamos?

- Se ha debido de calar esto… -Alex intentó arrancar el vehículo, sin éxito -. Qué raro…

- Bueno… desde que salimos, has tenido que pararlo muchas veces por mi culpa… ¿No será que se ha cansado?

- Amy, estamos hablando de un coche, no de un ser vivo –paternal, Alex le removió la larga melena negra a su hermana para tranquilizarla -. Voy a echar un vistazo al motor.

Alex comprobó antes de salir que no se acercaba ningún coche ni había peligro alguno. Del maletero, sacó un chaleco reflectante y dos triángulos de avería con la única luz que daba una parpadeante farola al otro lado de la calzada. Colocó cada uno delante y detrás del coche respectivamente, se enfundó el chaleco y abrió el capó. La visión de toda esa maquinaria le mareó aún más que a su pobre hermana un viaje en coche. A sus ojos de inexperto mecánico, todo estaba en orden, así que no veía el motivo del parón del coche.

Unos golpes en la ventanilla le llamaron la atención. Su hermana señaló el gran cartel que, a un lateral de la carretera, rezaba totalmente oxidado y olvidado: "Bienvenidos a Silent Hill".

Amy bajó del coche como una exhalación y sus zapatillas de deporte golpearon el asfalto al acercarse de carrerilla a su hermano.

- ¡Seguro que allí encontramos un sitio donde dormir! –dijo –.Y mañana, llamamos a un mecánico a primera hora que nos revise el coche y seguimos el viaje.

- ¿Y vamos a dejar aquí el coche con todas nuestras cosas en el maletero?

- ¡Si cierras el coche, no les pasará nada! –Amy se cruzó de brazos -. Además, por aquí no pasa ni un alma… ¿Qué otra cosa podemos hacer?

A regañadientes, Alex tuvo que reconocer que su hermana tenía razón. Aunque le costaba abandonar su coche casi recién estrenado en una sucia cuneta abandonada de la mano de Dios, no podía dejar que su hermana pasara la noche a la intemperie. Bajó el capó.

Mañana a las ocho de la mañana te quiero ver levantada –Amy se puso firme como un soldado acatando ordenes -. Anda, acerquémonos antes al pueblo para buscar algún sitio donde podamos pasar la noche. Te quedaras allí mientras vengo a recoger lo indispensable, ¿vale?

Amy asintió con la cabeza con energía y ambos recorrieron caminando el pequeño trecho de carretera que les quedaba, rodeando la ladera de una montaña. Tras ella, surgió ante ellos el pequeño pueblo envuelto en una ligera bruma y el silencio, convirtiéndolo en una visión sobrecogedora.

Se quedaron un rato observándolo, sin decir una sola palabra, con aquella extraña opresión en el pecho, hasta que Amy, tiritando, habló:

- ¿No sientes tú esa brisa? –se encogió un poco frotándose los brazos desnudos.

- ¿Qué brisa? Aquí no corre nada de aire… -lo que Alex sí sintió, fue el escalofrío que recorrió su columna y que le hizo estremecer, mas mantuvo la compostura para darle ejemplo a su hermana pequeña -. Tendrías que haber esperado a que llegásemos para ponerte ese look tan veraniego…

Amy giró sobre sí misma mirando su vestuario: unos pantalones vaqueros cortos y una camisa azul atada al cuello que dejaba entrever un resquicio de su vientre.

- ¿No te gusta? Con el calor que hacía en casa no era capaz de ponerme otra cosa… ¡Me siento cómoda así!

- Tú misma…

Con ese pequeño paréntesis, los hermanos intentaron aliviar la angustia que habían sentido. No obstante, ésta regresó cuando volvieron a tener frente a frente la entrada al pueblo. Alex fue el primero en iniciar la marcha, con Amy a su lado, internándose ambos en la niebla que cada vez se espesaba más en torno a aquel misterioso pueblo en el que ni los grillos se atrevían a levantar la quietud.

La impresión, el respeto que inspiraba aquella aldea por fuera, se acrecentaba recorriendo aquellas calles solitarias. La noche las cubría con su halo, dándole un toque aún más fantasmal que la niebla que se filtraba por sus rincones y que impedía ver lo que había unos metros más allá de sus narices. Edificios de ladrillos viejos les observaban a cada paso que daban, erigiéndose a los lados de la ancha avenida. Bares, un cine, viviendas… todas estaban cerradas a cal y canto, profundamente dormidas, iluminadas tenuemente por las farolas de la calle.

- Que raro –observó Amy en un susurro, asiéndose al brazo de su hermano -. No hay nadie…

- Normal, son las… -Alex movió la muñeca para ver la hora que marcaba su reloj digital –diez de la noche…

- ¿A las diez de la noche hasta los adolescentes están en casita dormiditos? ¿Y ni los perros aúllan ni hay ningún gato pululando por ahí? ¿O algún borracho que…?

- ¡Vale, vale! ¡Lo he pillado! –tuvo que admitir Alex -. Pero ten en cuenta que esto sigue siendo un pueblo. Seguro que aquí sólo viven ancianos…

- Sigo diciendo que es raro… ¡Oh, mira! ¡Allí hay un hotel!

Alex siguió la señal de su hermana hasta un cochambroso edificio que se levantaba entre otros dos con el mismo aspecto y tamaño. Si no fuera por la enorme placa que sobre la puerta lo anunciaba, jamás habría adivinado que era un hostal.

Los dos a la vez, aligeraron el paso para llegar antes. La puerta de madera despintada no resistió los golpes de los nudillos de Alex y se abrió con un escalofriante chirrido. Tragando saliva, Alex precedió a su hermana penetrando en el interior. Una lámpara casi descolgada del techo era la única iluminación que tenía la cuadriculada entrada. Ante ellos, al otro lado de la estancia, continuaba un pasillo engullido por la oscuridad que se adentraba más en el edificio, mientras que a su derecha, tenían un mostrador de madera como recepción. No había nadie esperándoles.

Alex se acercó dejando atrás a Amy, que vigilaba cada rincón de la estancia con desconfianza. Al otro lado del mostrador había un viejo casillero vacio, y sobre la mesa de madera, un interruptor con un papel al lado dónde escrito a mano y toscamente se podía leer:"llamen al timbre". Alex pulsó el interruptor sin que nada especial sucediera, y esperó con la mirada fija en aquel oscuro pasillo que parecía conducir a las entrañas de un monstruo que tanto le atemorizaba de pequeño.

Pasaron los segundos. Los minutos. Y nadie acudía allí. Alex llamó un par de veces más, confirmando así que aquel lugar estaba abandonado. Con disimulo, echó un vistazo a su hermana, que esperaba tan impaciente como él, y con la preocupación y el miedo reflejados en sus rasgados ojos verdes. No quería asustarla más de lo que ya lo estaba, y no tenían ningún otro sitio al que ir. Tenía que actuar con normalidad y así ella no sospecharía nada.

- Amy –se giró dando un profundo suspiro -. Deben de estar dormidos como un tronco. ¿Por qué no sigues intentándolo tú mientras voy a recoger nuestras cosas?

- ¡¿Qué?! ¿Vas a dejarme aquí sola? ¡Si no hay nadie! –dio un par de zancadas hacia él.

- ¿Cómo va a estar un sitio como este abandonado? ¿Acaso has visto telarañas por alguna parte?

- ¡Pero eso es en las películas! –le rebatió -. Alex, aquí pasa algo raro…

- Amy, hemos ido año tras año al pueblo de los abuelos, y por las noches también se quedaban las calles como las que hemos visto al llegar.

- ¡Pero eso pasaba después de las doce! ¡No a las diez en punto de la noche! Alex, este sitio me da…

No la dejó terminar la frase. Con una palmadita en el hombro, se agachó un poco para quedar a su altura. Quiso transmitirle con su mirada la calma y la tranquilidad que no sentía en absoluto, hablando despacio:

- Amy, no va a pasar nada. Me esperarás aquí, iré al coche, recogeré nuestras cosas y volveré en un santiamén.

La joven estudió sus facciones, aún inquieta. Tras unos instantes de silencio, dio su brazo a torcer, sabiendo que nada de lo que diría le haría reconsiderar su idea.

- Está bien… -suspiró mordiéndose el labio -. Pero vuelve pronto, por favor…

Alex le revolvió el pelo y le dio un beso en la frente como despedida, esbozando una amplia sonrisa hasta que salió del hotel tras repetirle que no se moviera de allí. Recorrió las calles en sentido inverso hasta alcanzar de nuevo la entrada al pueblo. Siguió la carretera hasta encontrarse de nuevo con su coche. Sacó las llaves del bolsillo y abrió el maletero. Trasteó en su interior hasta dar con las bolsas que buscaba. De súbito, un fuerte golpe le detuvo, seguido de unos pasos pequeños acercándose.

Cerró de un golpe el maletero para encararse con quién pensaba que era su hermana, comenzando su regañina:

- ¿Pero yo no te dije que te quedases en…?

Al cerrar el maletero, enmudeció. Quién se acercaba desde el camino que conducía al pueblo no era su hermana. Era una figura mucho más baja que se detuvo al lado del triángulo de avería y se le quedó mirando. Era evidente que era una chica, quizás sólo tendría un par de años menos que Amy. Su melena oscura le caía sobre ambos hombros y vestía una falda plisada de cuadros y un jersey azul. Tenía que haber salido de ese pueblo, por lo que era la primera señal de vida que había encontrado desde que llegaron. Cargándose al hombro una bolsa de deporte, se acercó a la chica lentamente, temiendo sin saber muy bien porqué, asustarla.

- Buenas noches –Alex trató de entonar la voz más apacible que podía -. ¿Vives por aquí? Se me ha averiado el coche, y necesito un lugar dónde pasar la noche.

La joven no le respondió. En un acto que Alex no se esperaba, le dio una patada al triángulo de avería lanzándolo a los arbustos que vadeaban la carretera y ella lo siguió, desapareciendo de su vista. Alex se quedó petrificado por la sorpresa durante unos segundos. Cuando reaccionó, quiso seguirla, increpándole:

- ¡Eh! –apartó con las manos los matojos por dónde la chiquilla se había colado -. ¡¿Por qué has hecho eso?! ¡Vuelve aquí ahora mismo!

De nuevo se escucharon unos pasos acercándose, renqueantes, por la carretera. Mascullando un improperio, dejó de remover el follaje para fijarse en las heridas que las ramas le habían ocasionado en las manos, que comenzaban a sangrar.

- ¡¿Qué demonios se le pasaría por la cabeza a esa?! Si la llego a encontrar, hablaré con sus padres… -se giró hacía el lugar de dónde provenían los pasos.

Por segunda vez, se encontró ante un desconocido que venía en dirección del pueblo. Lo que eran las cosas; no se habían encontrado a nadie cuando se adentraron en él, y en ese momento iban todos a recibirles, pensó contrariado.

Sus pensamientos se congelaron al mismo tiempo que su cuerpo. Entornando los ojos, vio acercarse desde la distancia una silueta humana, renqueando, y que movía sus brazos de forma extraña. De hecho, parecía tener los brazos más cortos de lo normal, aunque cuanto más cerca estaba, mejor podía verle Alex: tenía los brazos pegados al pecho, cruzados, y parecía no poder separarlos de ahí. Con un par de pasos más, la luz parpadeante de la farola le iluminó, y su visión provocó una oleada de asco y repelús en Alex: aquello era una bolsa de piel, recubierta de finos trazos negruzcos, y que se movía con dificultad hacía él como si dentro de ella hubiera un ser humano encerrado, asfixiándose. No sabía cómo ni por qué, pero aquella cosa le atemorizaba más que un ladrón o un psicópata asesino que se hubiera escondido por esos terroríficos lares. Retrocedió intentando alejarse de él.

- ¡No se mueva! –sin perderle de vista, Alex rebuscó algo en su bolsa -. ¡No se acerque!

Aquella cosa hizo caso omiso de sus órdenes y continuó aproximándose. La sensación de peligro que sentía Alex se acrecentó aún más hasta que encontró lo que buscaba en el interior de la mochila. El metal brilló bajo el haz de luz de la farola cuando le apuntó sin dudar:

- Si da un paso más, dispararé –el frío contacto del arma en la mano le ayudaba a no dudar de su palabra -. ¡¿Me ha oído?!

La criatura continuó su tambaleante paso hacía él.

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